domingo, 4 de julio de 2010

Contra el matrimonio gay y a favor de la unión civil.



Todo evoluciona; la reflexión de la semana también. Hace poco me di cuenta de que vengo perdiendo el tiempo hace rato. Un aspecto de esa pérdida de tiempo es no escribir. Y hoy me dieron ganas de escribir, así que escribo. Pero no con el tono oscuro (por necesidad) y confuso (por elección) que habitualmente disfraza lo que publico en esta gacetilla, sino en forma más personal y directa. Será que últimamente estoy más personal y directo, y menos confuso y oscuro que cuando publiqué otras cosas...

Hay dos preocupaciones notorias hoy por hoy en nuestro país. Uno es el mundial, con el que no voy a dilapidar mi tarde de domingo. El otro es el "matrimonio gay". De este último me ocuparé hoy.

Yo no soy un virtuoso de la legislación, ni un "sucio hippie", ni un "liberal progre", ni un "conservador racional". No soy un genio pero tampoco soy la gacela más lenta. El único criterio que defiendo siempre es el de abordar un problema pensando, y es así como pretendo encarar este problema.

Parecen existir dos "bandos" principales en esta disputa: quienes piensan que el matrimonio entre homosexuales está bien, y quienes piensan que está mal. El ejemplo más evidente de quienes piensan que está mal es la Iglesia. Su posición es clara: el matrimonio entre homosexuales está en contra del mandato de Dios y por lo tanto es malo. Por otro lado, los que creen que está bien en general opinan que debería permitirse porque los tiempos cambian, y la ley - como organismo vivo y en constante evolución - debe adaptarse atendiendo el reclamo social de inclusión permitiendo a las parejas homosexuales gozar de los mismos derechos que tienen las parejas heterosexuales.

Yo creo que el matrimonio tal y como está legislado actualmente no debería existir.

¿Por qué discutimos sobre el matrimonio, ya sea entre homosexuales o heterosexuales? Discutimos sobre ello exclusivamente porque está legislado. Hoy por hoy nadie - excepto los fanáticos religiosos - ponderan la validez de un matrimonio judío por sobre un matrimonio católico, por ejemplo; o de un harén árabe por sobre un harén indio (si existen tales cosas). No decimos que una religión es mejor o peor; que las mujeres deban usar pollera y no pantalón; que los hombres no pueden cocinar porque es poco masculino. La cantidad de temas sobre los que la sociedad ya no discute, porque entiende que no se puede establecer un parámetro de conducta sobre cuestiones que son exclusivas del ámbito del gusto personal, crece día a día. Pero sí nos razgamos las vestiduras discutiendo sobre la moralidad del matrimonio gay y sus consecuencias legales (la más citada, el derecho a adoptar hijos). ¿Por qué nos ocupamos de este tema? ¿Es realmente necesario dedicar los recursos del estado a hablar sobre algo que debe y siempre debió objeto de decisión puramente personal? ¿Cuál es el motivo de que algo así esté escrito en el código civil? ¿Cómo llegamos a ese punto?

Empecemos por el principio. ¿Qué significa "contraer matrimonio"? Me faltan herramientas para elaborar un estudio sobre el origen histórico del matrimonio. Pero, como dije antes, si bien no soy un genio tampoco soy la gacela más lenta. Es fácil darse cuenta de algunas cosas.

El mundo no siempre fue como es hoy. En algún momento del pasado no había ningún Estado, ninguna ley,  ninguna religión organizada. Todas estas cosas fueron surgiendo paulatinamente, gracias a milenos de evolución del hombre y las sociedades en las que vivió. En esos milenios, la religión le puso nombre a algo que quizás ya existía o quizás no: el matrimonio. Pero la religión, siendo taxativa e inflexible como es, procuró establecer que ante Dios podían unirse sólo un hombre y una mujer, y que todo lo que estuviera por fuera de eso era una abominación. La ley hereda de la religión, y a su vez la religión hereda de la sociedad, su objetivo de normar cómo deben comportarse las personas. Por lo tanto, dado que el matrimonio es parte tan importante del comportamiento de las personas en una sociedad, la ley se impone a sí misma legislarlo. ¿Pero por qué? Por el mismo motivo por el que existen todas las leyes. Para responder a la pregunta "¿Qué pasa si...?"

¿Qué pasa si uno de los cónyuges muere? ¿Quién se queda con los bienes que acumularon juntos? ¿Cómo podemos estar seguros de que eran cónyuges? ¿Qué pasa si uno de los cónyuges se quiere mudar a la Antártida a nadar con los pingüinos y el otro no? ¿Quién se queda con los hijos que hubiera tenido esa pareja? ¿Quién es el dueño de la casa donde viven: uno, el otro, o ambos? Las preguntas de la forma "¿qué pasa si...?" que es necesario hacerse para cumplir con el objetivo de la ley de organizar la sociedad son muchísimas, y todas apuntan a un "caso de borde", a algo que es necesario aclarar en forma explícita para que no queden dudas y la sociedad no se hunda en el caos.

La respuesta a estas preguntas (y las que surgen de la legislación sobre el matrimonio) no dependen en ningún caso de que en la definición de "matrimonio" se indique explícitamente que debe darse entre un hombre y una mujer. En ese pequeño detalle yace el origen del problema. En el género... y en el número.

Y voy más allá. La ley no debería hablar jamás de "matrimonio". Es un error.

Se entiende fácilmente el origen del error: esas razones históricas que nos sugieren cómo la religión, la ley y la sociedad se fueron alimentando las unas a las otras. Y habiendo sido la religión tan importante en las sociedades durante tanto tiempo, fue inevitable que algunas costumbres de raíz religiosa (o dogmas religiosos surgidos de costumbres sociales, ¿quién sabe?) se "filtraran" en la legislación. (Por si quedan dudas, les señalo que el artículo segundo de la parte primera de la Constitución Nacional dice "El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano.").

Pero si es un error que la ley hable sobre matrimonio entre hombre y mujer, ¿sobre qué debería hablar? Si de algo ha de hablar la ley, debería ser de "unión entre ciudadanos". Y se acabó. De qué género, y cuántos, debería ser irrelevante.

Imaginemos exageraciones. Imaginemos que tres personas (pongamos, por caso, dos mujeres y un hombre) deciden que quieren compartir su vida juntos. Imaginemos que cuatro personas (tres hombres y una mujer, quizás) eligieran para sus propias vidas, por el motivo que fuere y sin molestar a nadie, que quisieran llevar adelante una vida en común. Imaginemos cualquier número de personas que decida unirse (por más aborrecible o aceptable que nos parezca). Todos estos casos no estarían contemplados por el término "matrimonio", por más que se le adhiera el adjetivo "homosexual" o el adjetivo "heterosexual". ¿Por qué habría la ley de prohibirles gozar de los derechos que actualmente tiene un matrimonio?

El problema clave es que la ley pretende asignar derechos y obligaciones a una figura (el matrimonio) que define de manera inflexible como la unión legal entre un hombre y un mujer. No hay razón para legislar el matrimonio más que la de asignarle esos derechos y obligaciones. El error es mayor que el de olvidarse - o desentenderse - de que existen homosexuales en el mundo; es el de asumir que solo una pareja, una pareja de un hombre y una mujer, pueden gozar los derechos y estar sujetos a las obligaciones que hoy se otorgan a un matrimonio.

Vivimos en una época privilegiada, en la que la razón comienza a imponerse por sobre los dogmas, y podemos vislumbrar una legislación que no contenga una sola partícula de restricción sobre las decisiones personales de las personas. (Tal vez esté yo equivocado, y el oscurantismo nos esté pisando los talones).

La pregunta que hay que hacerse para esclarecer el tema - sin escandalizarse, sin reclamar la horca para nadie - es simple: ¿para qué quieren casarse dos personas, independientemente de su género? ¿Porque se aman? Falso: si se aman, se aman más allá de que un juez de paz firme un papel o no.  ¿Para cumplir con los mandatos de su religión, sea cual fuere? Posiblemente, pero para ese objetivo no necesitamos una ley. ¿Para declarar públicamente su unión, su amor eterno, la decisión que han tomado de compartir el resto de sus días (o cuantos días hayan decidido compartir)? Nuevamente, para realizar esa declaración no se requiere una ley.

Las personas deberían casarse "por civil" con el exclusivo propósito para contar con los derechos que la ley les otorga y como consecuencia aceptar someterse a las obligaciones relacionadas. Todos los demás (las esperanzas de una vida feliz, las necesidad de pruebas tangibles de compromiso, cumplirle el sueño a la abuela antes de que se muera) quedan por fuera del ámbito de competencia de la ley. El único objetivo de establecer figuras jurídidas - por ejemplo una SRL, una ONG, un matrimonio - debería ser el de otorgarles derechos y obligaciones. Nada más. Y es por eso que la figura de "matrimonio gay" es también errónea. A esta altura ya no se debería hablar de "matrimonio" sino de la mucho más adecuada "unión civil". Y la forma válida de esa unión civil debería estar completamente orientada a los derechos y obligaciones que se le pretenda otorgar.

Si el derecho a otorgar es el de "adoptar un niño", y se especifica que ese niño debe ser adoptado por un hombre y una mujer sí o sí, se está pretendiendo decir que cualquier otra forma de crianza de un niño por fuera de tener una madre y un padre es inválida. Debería prohibirse, naturalmente, el divorcio de personas que tuvieran hijos. Sin embargo, se permite. ¿Por qué? En principio, porque aún no tenemos la menor idea de qué contexto es beneficioso para el crecimiento sano de un niño. Casi diría que no sabemos siquiere qué significa "crecer sano". ¿Cuál es el criterio de sanidad? ¿Sanidad física, emocional? Es retrógrado creer que una pareja homosexual no puede criar un hijo. No porque estemos en desacuerdo o a favor de que un niño crezca en un hogar con "dos papás", como cándidamente se plantea a veces la cuestión. La verdad es que tenemos bastante poca idea de qué significa criar bien a un hijo. Si lo supiéramos, hace rato que no necesitaríamos cárceles. Tenemos alguna idea general de qué cosas hacer, y qué cosas no, pero ninguna de esas ideas generales sustenta que una pareja de homosexuales no pude desempeñar la tarea tan bien (o tan mal) como una pareja de heterosexuales. Y es igualmente engañoso suponer que una cooperativa de diez mujeres no podría cumplir la misma tarea. En última instancia, la ley que hable sobre la adopción debería estar completamente desvinculada de la figura del matrimonio. ¿Qué tiene una cosa que ver con la otra?

Si el derecho es el de conservar los bienes cuando alguno de los cónyuges muere, ¿importa si el que murió o el que lo sobrevivió es hombre o mujer? De ninguna manera. ¿Y entonces por qué la ley habla en esos términos? Simplemente porque se trasladó a esa ley una costumbre social sin pensar que esas costumbres cambian.

Los argumentos a favor de prohibir el matrimonio entre homosexuales no son malos porque pretendan establecer qué está bien o mal desde un punto de vista religioso o moral. No veo ningún problema en que la Iglesia condene la homosexualidad con el eterno castigo de un infierno incalificable. Al fin y al cabo, apoyar la libertad de acción implica aceptar que cada uno opine lo que le plazca. Pero una cuestión legal debe abordarse con argumentos legales, y el "matrimonio gay" es una cuestión meramente legal.

En resumen:
  • La actual legislación está teñida por usos y costumbres de la sociedad (lo cual es perfectamente entendible) y por evaluaciones morales dictadas en por la religión (entendibles pero criticables).
  • Hoy deberíamos estar en condiciones de desacoplar nuestra legislación de esos lineamientos morales que pretenden pautar decisiones de los ciudadanos, decisiones que en la realidad sólo tienen efectos en sus vidas privadas y deberían estar excluidas de una normativa legal.
  • La discusión sobre el matrimonio homosexual tal y como está planteada yerra la única cuestión de fondo que me parece discutible en la sociedad moderna y en el ámbito del Poder Legislativo: ¿por qué la ley debería prescribir qué tipos de uniones entre personas son válidas según ciertos parámetros (por ejemplo, el género de los individuos constituyentes de esa unión, o su número, o su altura, o su color de pelo, o sus gustos musicales, etcétera), teniendo en cuenta que el objetivo de definir y normar esas uniones es otorgarles derechos y asignarles obligaciones, que en rigor no están relacionados de ninguna manera con esos parámetros?

Como último comentario, estoy completamente de acuerdo con quienes dicen en que este tema no tiene absolutamente ninguna urgencia, pero por motivos tal vez distintos. El objetivo de ellos es barrer esta discusión bajo la alfombra. El mío es que entiendo que esta discusión se usa como excusa para barrer bajo esa misma alfombra otros más graves, más primarios . Y voy a poner un ejemplo que es absolutamente indiscutible: mientras exista un solo chico que viva en la calle, todos nosotros (homosexuales, heterosexuales, metrosexuales, asexuales, eunucos, vírgenes, masturbadores compulsivos, partidarios del sadomasoquismo, opinólogos de la sexualidad ajena) deberíamos sentirnos embargados por una indignación y una furia ciudadana tales que no deberíamos permitir que ninguna institución gubernamental abordara ningún otro problema hasta que no se resolviera éste.

Pero sobre el tema de las prioridades de las organizaciones de gobierno me explayaré en otra oportunidad...


Un beso, un abrazo, un apretón de manos o una caricia, según corresponda.

2 comentarios:

  1. Muy intersante. Aporto mi opinión: Más allá del contexto legal en el cual debería abordarse el tema, se olvida el valor simbólico de esta discusión. El que una pareja heterosexual u homosexal recurra a la "LEY" tal vez implica una necesidad simbolica de reconocimiento. Si una ley reconoce el matrimonio heterosexual porque no también el homosexual? En una sociedad de excluidos, más allá de la seguridad o la falta de ella a nivel subjetivo, la necesidad de reconocimiento real por algún tipo de autoridad es el resultado mismo de un contexto en el que siempre alguien queda afuera. Ya sea un homosexual, un chico, un loco todos deberían poder sentirse parte de la sociedad de la cual son resultado, y si el que la ley los reconozca cómo tal los hace sentir mejor...porqué ¿no?.
    Todo esto idealizando una discusion que no contempla que el excluido es en sí mismo un resultado de la creación del vivir en sociedad (tema a parte)
    Saludos,

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  2. Me pareció una poronga.

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