lunes, 20 de diciembre de 2004

La Reflexión de la Semana (Crónica de un domingo desesperado)

Pistachos y sambayones:

Sale una reflexión a pesar de los peores augurios. Sale una reflexión así nomás, como salga, como se brinde a la eternamente enemiga página (o monitor) en blanco.

Ha sido este un domingo mágico. Fuimos testigos de tragedias varias e inmediatas resoluciones. El día nos ha impregnado el aroma de lo eterno, lo irrompible, lo fantástico. Bendecidos con facultades insólitas, conseguimos derrotar las muchas negativas que se manifestaron. Algunas de ellas fueron lo de siempre, y otras fueron lo nuevo. Vimos por ejemplo, cómo el cielo amenazó en repetidas ocasiones oscurecer el evento, mancillarlo con gotas improvisadas; y bajo el influjo de cierto encanto, el sol se hizo compadre abriendo un guiño azul entre las nubes. Fue a media mañana cuando, presas de la sed, pensamos que todo estaba perdido. ¡Falso! Sólo había que campear el temporal, pues tras un remolino de polvo, cortando el calor con la mirada, venían los Caballeros, sabios portadores de la bebida. Oportuna su llegada, bienvenida su presencia, un nuevo impedimento fue sopapeado a pura actitud. Concedido: hubo un traspié en el kilómetro 41, pero nada fuera del alcance de ese ángel del la guarda que hoy nos acompañó hasta el fin.

Hay lugares sagrados, sin embargo, donde ni los demonios más audaces ni el azar más irrespetuoso se atreven a caminar. Fue así como el asado, en su punto justo, reveló la condición sobrebrenatural de cierto camarada.

La crónica de este domingo nos deja - como todo lo bueno - peinados con la brocha de la nostalgia. Es cuando vemos a los amigos cada tanto que el calendario se revela reseco. Fue así como se cerró el ciclo de un círculo. Fue así como enfatizamos una suave idea que siempre nos ayuda (en esas noches de insomnio cuando la noche no se resuelve): nada puede hacer el tiempo contra la fuerza perenne escondida tras los lazos de la amistad.

Da comienzo así el fin; conjugamos con este encuentro el primero de los festejos de fin de año, el peor de todos los festejos. Otros vendrán. Todos se harán recuerdo... ¿y dónde está escrito que eso es poco?


Un beso, un abrazo, un apretón de manos, o una caricia, según corresponda.


Tincho


PD: Gracias por todo, muchachos.

domingo, 28 de noviembre de 2004

La Reflexión de la Semana

Mis queridos gorriones otoñales:

Lista y terminada, con un moño y pronta a ser despachada, otra iba a ser la reflexión de esta semana. Las cosas suceden, sin embargo, y los planes se desvanecen. Una a una, toda preparación se revela fútil.

Cierta persona me hizo notar que estas reflexiones se están pareciendo más a un diario que al editorial original, nacido hace ya más de tres años. Hay quien afirma que es imposible escribir sino acerca de uno mismo; que somos la suma de nuestros recuerdos, y a partir de ellos vemos y pensamos el mundo, lo medimos y juzgamos y disfrutamos u odiamos. Si ustedes, camaradas, aceptan esta idea y estas palabras parecen un diario, culpen entonces a mi incapacidad de enmascararlo como algo más. Si al hablar de algo, en realidad hablo de mísmo, así sea.

No es mi mayor preocupación, sin embargo. Cosas más importantes se me escapan.

He abusado de una figura en estas charlas. Distintos nombres y rostros recibió, maquillado con letras de estilos (espero) diversos. Llámese mi M, sean los Otros, sea la marea o la pauta que todo lo rige y del que no podemos escapar, en cada párrafo la referencia es clara. Quien haya tenido alguna charla conmigo sabrá que símbolos como este son habituales en mí; un recurso para hablar de algo sin nombrarlo.

Llámese como se llame, este horror se ha apersonado nuevamente en mi puerta, un ramo de claveles en una mano y una carta de adiós en la otra. Hoy, hace quince minutos y a partir de un sucedido fuera de serie, he comenzado a vislumbrar y definir ese patrón, la M. La punta del ovillo. Un rélampago en la noche. Un comienzo. La primera pista para develar el misterio: pareciera ser que tengo dificultad para conservar las cosas. Debí haberlo sabido antes, ¿cierto? Cuando hablaba de la marea, de cómo nos afecta sólo de a ratos, para luego irse y regresar más tarde, en eterna insinuación... ¿no es clara la metáfora? ¿Bajo el influjo de qué terrible hechizo puedo decir algo así y no entender?

Psicólogos go home.

Una vez más, he tenido algo para perderlo inmediatamente después. Una vez más, he creído haber llegado, cuando en verdad aún no había abierto la puerta. Una vez más, la M me ganó de mano. Y sí, de mil formas expresé con anterioridad mi simpatía por la revuelta, por renegar de este patrón amargo. ¿Pero no se cansan ustedes, amigos, de estar siempre en guardia?

Sería tan fácil estar en la otra vereda, jugar a la payana todo el día, no ver más que los dedos de mis pies y creer que son la cima del mundo y vivir feliz en la eterna noción de todo está bien ya. Entiendo que es ése el discurso de los Otros, que así reclutan sombras para su ejército. Si de algo puedo enorgullecerme, es de reconocer su naturaleza fatal, y descartarlo.

Y ahora el vaso medio lleno. Cada oportunidad perdida, se me ocurre, deja su lugar para que nuevas oportunidades se presenten. Cada ausencia, cada olvido, cada despedida puede traducirse en su antónimo si predisponemos los sentidos y nos ofrecemos al mundo. Que el destino haga lo que quiera. Quizá nuestra estrategia para evitar el desaliento y la angustia deba ser aprovechar con inteligencia cada pequeño aroma, cada flor, cada día soleado, y sostenernos los unos a los otros en tiempos de tormenta. Que la intensidad de cada dolor refleje la alegría que lo precedió. Que cada lágrima implique un amor. Si no hay forma de caminar sin tropezar, pues entonces a disfrutar del paisaje como mejor podamos. ¿A qué estar pendientes del asfalto?

Con un sinsabor en las ideas, los dejo hasta la próxima.



Un beso, un abrazo, un apretón de manos, o una caricia, según corresponda.


Tincho


"Quizá dé lo mismo
estar vivo o muerto
si no puedo hacer la diferencia
ni romper la marea
o perdurar ola para siempre
brillante de espuma
sin romper jamás."


(de "Las pautas de la espuma", por este humilde servidor)

martes, 9 de noviembre de 2004

La Reflexión de la Semana

Mis queridos seres alados:

El cursor indeciso parece burlarse de mí. "¿Qué harás, compadre?", me pregunta. "¿Sobre qué divagarás esta semana?". Pues son dos los temas que están planteados, muy claramente, en el calendario de estos últimos siete días. Uno de ellos, importante, mundial. El otro, más cercano y humilde, pero quizás de efectos más perceptibles. La política y el corazón parecieran ser temas separados por distancias cósmicas. Poco sé sobre política, y aparentemente mucho menos sobre el corazón, a juzgar por sucesos recientes sobre los que algunos estarán al tanto. Me atrevo, sin embargo, a esbozar algunas semejanzas que se dejan ver tras algo de reflexión y un poco de humo.

Se me ocurre que ambos versan sobre la naturaleza humana. Cargados de subjetividad, son escencialmente dos de los tantos perfiles por los que se puede aventurar una insensata exploración del las motivaciones del hombre. Nuestras vidas están sujetas a ambos, pues por mediante uno juzgamos nuestra felicidad, y según el otro consideramos nuestra situación en el mundo. Es imposible hacerse el otario: quien desconozca el poder de la política y del amor está ciego.

Aceptando esta relevancia, me pregunto: ¿cuántas veces, en nuestros días llenos de rutina, dedicamos un minuto siquiera a una profunda consideración de ellos? Confieso que el noventa por ciento del tiempo, mi mente se ocupa de trivialidades: acomodarme los anteojos, verificar que el cierre de mi pantalón no revele intimidades, lavarme los dientes, mirar televisión, adivinár qué está diciendo mi jefe.

¿Qué hay de malo en eso? Que de pronto suceden cosas, y no sabemos cómo reaccionar. El mundo se mueve hacia la locura y nos petrificamos como conejos encandilados. Nos encontramos con una vieja novia, y quedamos reducidos a un manojo de inquietudes y palabras bobas.

Recuerdo con claridad a Sandra, mi maestra de séptimo grado. Ella algo de esto sabía. En cierta carta que aún conservo, escrita pensando en nuestro entendimiento del mundo, en nuestra ocupaciones preadolescentes, esbozó algún concepto en este sentido. Nos dijo - a mí y a mis compañeros - en aquella correspondencia, que si bien podía enseñarnos a hacer análisis sintáctico, o a escribir un resumen, más difícil era conseguir que enfoquemos nuestro esfuerzo en crecer y convertirnos en personas de bien. Ella sabía que terminaríamos la escuela sin estar preparados para andar por ahí. Me dirán "Para eso está el secundario". Me dirán "Para eso está la universidad". Otro les reponderá "No hay escuela que enseñe a amar". Haría falta, sugiero, un entrenamiendo en la vida, que hoy por hoy sólo se consigue viviendo. Como ya muchas veces hemos dicho, a este paso completaremos nuestro aprendizaje en instante mismo de nuestra partida.

¿Qué nos queda, entonces? Si comprenderemos aquello que más necesitamos saber una vez que ya no nos sea útil, ¿qué podemos hacer? Todo lo que podamos, digo. Todo lo que podamos, y entonces no tendremos arrepentimientos. Sospecho que hacer nuestro mejor esfuerzo es razón suficiente para ganarnos el derecho de ir al Paraíso. Pero en tanto abracemos la ley del mínimo esfuerzo, nada bueno puede esperarnos a la vuelta de la esquina.

Niños, niñas: den lo mejor, siempre, en cada momento. En las grandes hazañas y en los momentos mínimos. En las tragedias más agobiantes y en las alegrías cotidianas. Den lo mejor y sonrían.





Un abrazo, un apretón de manos, un beso o una caricia, según corresponda.



Tincho (aún azorado ante la fuerza inefable y monstruosa del azar)

martes, 2 de noviembre de 2004

La Reflexión de la Semana (posponiendo la alegría)

Camaradas de la nostalgia y la sonrisa fácil:

Les escribo desde un rincón oscuro. Oscuro porque no hay luz o porque no la veo. El eterno vaivén de mi humor me tiene sin respiro. ¿Será un problema neuroquímico? ¿Tendré la sinapsis atrofiada? Ah, olvidé que esto no me importa ni siquiera a mì... Prometo que, durante algunas semanas, esta será la última referencia a mi pésino ánimo.

Por lo tanto, para darle un punto final a este recuento de pesares, les paso unas líneas que escribí en algún momento menos luminoso incluso que éste, aunque ya no recuerde cuál fue el objeto de aquel dolor (¿pero no son todos el mismo?).





No termina



nunca escapé
me creí salvado
finalmente ajeno a todo esto
cuando menos lo esperaba
me encontré desesperado
¿qué pasó? me increpé al espejo
si yo era infalible
si yo ya no estaba para estas cosas
y ahora, corazón, comprendo
¡cuánta razón tenías!
quien sepa derramar una lágrima
jamás será libre
cuánta desazón
y qué tormento
es saber
lo más díficil es reconocer
que ni las palabras más heróicas
están cerca de describir
nada de nada
todo queda en la implacable
soledad
de un hombre
mirando al cielo
una lágrima en su mejilla
una sonrisa en su boca
todo queda en la lejanía
de su mujer soñada
aún el eventual beso
el esperado encuentro
no pueden borrar por completo
el haberse sabido solo
y estremecido
ante el patrón de sucesivos finales
y ningún principio
que nos rige
mi M sigue por allí
en alguna parte
muerta de risa
sólo hay una esperanza
que no podré perder en vida
la de creer que cuando
me despida por fin
podré abrazar a esa M temida
ese ciclo innombrable
que vuelve una y otra vez a mi vida
cada tanto
cuando estoy con la guardia baja
creyéndome eterno
podré abrazarla y preguntarle
de una buena vez
bueno aquí estoy
¿qué querés?
¿qué querés de mí?

Martín Straus

09/03/2004





(a las dos y veinte de la mañana, cansado, triste, escuchando música depre, sin cerveza ni cigarrillos

el infierno, amigos

el infierno)



Tincho

miércoles, 27 de octubre de 2004

La Reflexión de la Semana (tardía y extensa)

Mis queridos chichipíos:

La vida, en su eterna sabiduría, adopta como patrón de conducta el cambio. Vemos a diario numerosas manifestaciones de este comportamiento, pero cierta hipnosis misteriosa nos oculta su identidad hasta que, azorados, vemos cómo los años nos han traído cicatrices, recuerdos, amores. Existen también cambios súbitos, tan repentinos que quizá no los detectemos, y de un momento a otro el mundo es otro. En un instante nacemos, en un instante hemos de morir.

Hoy les propongo honrar a este patrón fundamental que se evidencia en el universo. No es el primero que nombramos y apreciamos en estas charlas. Y nuestro cambio será dejar de lado la reflexión propia, y por una vez dedicaremos nuestros minutos a disfrutar de las palabras de un señor más hábil y sensible. He aquí sus palabras:



"Ni un sólo día en la vida de nadie [...] es un día poco memorable, carente de un profundo significado, sin importar cuán monótono o aburrido pueda parecer, sin importar si eres una costurera o una reina, un lustrabotas o una estrella de cine, un filósofo renombrado o un niño con síndrome de Down. Porque en cada día de tu vida hay oportunidades para realizar pequeñas bondades por otros, tanto actos conscientes de la voluntad como ejemplos inconscientes. El acto más pequeño de amabilidad - incluso tan solo palabras de esperanza cuando se las necesita, recordar un cumpleaños, un cumplido que engendra una sonrisa - reverbera a través de grandes distancias y lapsos de tiempo, afectando vidas desconocidas a aquellos cuyo generoso espíritu fue la fuente de este eco, porque la bondad se propaga y crece con cada transmisión, hasta que una simple cortesía se convierte en un acto de coraje desinteresado años después y a lo lejos. De la misma manera, cada maldad, cada expresión irreflexiva de odio, cada acto envidioso y amargo, no importa cuán insignificante, puede inspirar otros, y es por lo tanto la semilla que produce finalmente fruta maligna, envenenando a las personas a quien nunca has conocido y nunca conocerás. Todas las vidas humanas están tan produnda e intrincadamente entretejidas - aquellos que han muerto, aquellos que viven y las generaciones por venir - que el destino de todos es el destino de cada uno, y la esperanza de la humanidad descansa en cada corazón y en cada par de manos. Por lo tanto, después de cada fracaso estamos obligados a esforzarnos otra vez por el éxito, y cuando nos encontremos con el fin de algo, debemos construir algo nuevo y mejor a partir de sus cenizas, de la misma forma en que del dolor y la pena debemos tejer esperanza, ya que cada uno de nosotros es un hilo crítico a la fuerza - a la misma supervivencia - del tapiz de la humanidad. Cada hora en cada vida contiene tal potencial usualmente no reconocido para afectar al mundo, que los grandes días que (en nuestro descontento) tan a menudo deseamos, ya están aquí; todos los grandes días y las emocionantes posibilidades se combinan siempre en ESTE día trascendental."



Espero que la extensión de esta entrega no los haya desalentado y que quienes hasta aquí hayan leido se lleven, cuando menos, una sonrisa.



Un abrazo, un apretón de manos, un beso o una caricia, según corresponda.



Tincho (todavía tentado, pero la risa es sana)



PD: Para quien le sea de interés, el párrafo precedente fue tomado a préstamo de "From the corner of his eyes", de Dean Koontz. Espero sepan disculpar mi dudosa traducción.

PD2: Tú, camarada que viajas en bondi: dime si es o no es una forma elegante de decir "Somos todos parte del mismo cuento"...

martes, 19 de octubre de 2004

La Reflexión de la Semana (desvelada)

Soldados de la buena fortuna y doncellas galácticas:

Les escribo con el estómago revuelto. Hay gente que me revuelve el estómago. Alguien más, me temo, se unió a las filas de los Otros.

Esta persona dio el último paso hacia el oprobio al aventurar una adivinación de mi futuro. Apelando a un Tarot de fantasía, vio en mis cartas golpes contra la pared y consecuentes dolores de cabeza. Aparentemente, me esperan el infierno y el olvido porque no me gusta el helado de limón, o porque no sé combinar los colores de mi ropa. Otros pecados de su parte fueron carecer de gracia, de humildad, de nobleza. Querer cagar más arriba de su culo, en pocas palabras.

"Así sea", me digo. No afirmo conocer un mapa hacia el paraíso, pero entiendo que de aquel otro lado las gentes piensen distinto: es un reino de osucuridad y confusión. ¡Cuidado! Aquí también llueve de vez en cuando... pero tenemos paraguas.

Me resulta agotador considerar la cantidad de personas desagradables con quienes he tenido trato. Todavía no puedo decidirme respecto a un interrogante que sólo a mí debe interesarme: ¿son estas personas parte de algún aprendizaje? ¿Estos encuentros y desencuentros me hacen crecer y ser mejor persona, envejecer hacia la sabiduría? ¿O, por el contrario, estoy creciendo y envejeciendo hacia la muerte... SÓLO PORQUE ME CRUZO CON ESTAS ALIMAÑAS?

Sí, lo sé. Todo es relativo; yo mismo soy la piedra en el camino de otros, blah blah blah... La naturaleza de la inquietud persiste, sin embargo.

Continúa esta persona quitándole magia a la penumbra y taladrando mi paciencia con su ineptitud en cuotas. Ni Kafka ni Lovecraft imaginaron pesadillas similares.

Y cuando la noche parecía perdida (y con ella la semana) llegó a mis manos un recordatorio de lo que fueron estos últimos siete días. Rememoré entonces una seguidilla de reecuentros con amigos, noches de charlas y buen vino, mediodías de almuerzos amables, y así nació la sonrisa inevitable. Replanteo ahora aquella pregunta. ¿Intenta el universo pintarme un cuadro de contrastes entre los amigos y los torpes? ¿Será que, a pesar de haber disertado largo tiempo respecto al valor de la amistad, todavía una nube pasajera me empaña el recuerdo del sol? Una brisa fresca disipa el humo de mi cigarrillo, y con él se va también mi malestar. Me resisto a terminar la semana acongojado. Insisto en abrazar los próximos siete días mirando el horizonte, no mis pies ni el pasado.

Hay que confiar en el tiempo y las vísceras, a veces, y apostar por las decisiones que más cuestan. Sólo el Principito viajaba montado en cometas; nosotros tenemos que talar nuestro propio camino en la selva con lágrimas y más lágrimas. Sólo quisiera que la gente no me haga entender que esas decisiones complicadas no merecían tanta consideración desde un principio.

Esta reflexión me deja un sinsabor. Poco de reflexión y mucho de queja hubo hoy. Pero también algo de esperanza y alguna conclusión reciclada respecto al valor de la amistad y las buenas costumbres. Como leer a Borges o escuchar a Dolina, hay cosas que nunca están de más.

El sueño me reclama atención.

Los dejo en paz hasta la semana próxima.



Tincho (considerando nuevas órbitas, sin olvidar las viejas)

martes, 12 de octubre de 2004

La Reflexión de la Semana (adolorida)

Mis queridos chichipíos:

¡Qué no decir acerca de este maravilloso fin de semana! Sin duda fue uno lleno de eventos. Apuesto que usteden han vivido anécdotas dignas de ser contadas, llenando las páginas de sus memorias con momentos que vivirán por siempre y siempre. Pero a no confundirse. Digo "maravilloso", y me refiero a que han ocurrido maravillas. Consulto un diccionario y me encuentro con estas definiciones de la palabra "maravilla": "Suceso o cosa que causa admiración"; "Planta herbácea compuesta, de flores anaranjadas, cuyo cocimiento se usa como antiespasmódico".

La segunda mucho no me dice, pero la primera sugiere que no sólo cosas amables son maravillas. Y en honor a la verdad, ¿no hemos vivido, acaso, obscenidades dignas de admiración? Hemos puesto llave a puertas que ya habíamos cerrado, pues existe quien no sabe cuándo ya no es bienvenido en nuestra casa. Hemos recibido golpes en las piernas por parte de los mismos idiotas de siempre... y no hay metáfora aquí: literalmente han golpeado mi piernita.

La estupidez causa admiración cuando no podemos simular siquiera una justificación.

Pero estas maravillas empalidecen cuando conjugo otra, más sutil. A pesar de todo, a pesar de los palos en la rueda y las morisquetas por la espalda, hemos conseguido maniatar a aquel demonio atorrante empeñado en arruinarnos los fines de semana. Una vez más, muertos de risa, le hemos pinchado la cola con su propio tridente.

¿He aquí una lección? Se me escapa. Siempre atento a las conclusiones de veinte güitas, hoy prefiero regalarlos, amigos, con unos significativos puntos suspensivos. La gente ha viajado a la playa o a la sierra, a la montaña o hacia dentro de sí mismos. Son ellos, y no yo, quienes pueden aventurar una conclusión sonriente sobre estos días nublados que no han hecho más que golpearme física y anímicamente. Yo, por otro lado, navegué hacia el puerto acostumbrado. Lo encontré confortable como la última vez, claro está, pero a esta hora de la madrugada las preguntas de siempre me mantienen insomne. ¿Estará la verdad en sitios cuyas coordenadas me son vedadas? ¿Será posible que siempre pise la baldosa floja?

Desconfío de esta hora, pues las pesadillas más terribles vienen en forma de nostalgia y recuerdos. Dejaré, pues, de pronunciar conjuros peligrosos, y cerraré esta edición con unas palabras que me temo se aplican a más momentos de los que quisiera.

Me duele, me duele mucho.



Un abrazo, un apretón de manos, un beso o una caricia, según corresponda.



Tincho (curioseando donde las novedades se han humedecido).



PD: Saludos especiales a los pibes que viajan en bondi.

martes, 28 de septiembre de 2004

La Reflexión de la Semana

Mis queridos chichipíos:

En un nuevo ataque de nostalgia (ya no deberían sorprenderme tanto), he releido viejas ediciones de esta sección olvidada. ¡Ah, caramba, cuánto delirio!

Junto a algunos de ustedes, me atreví a explorar ciertos temas comunes y otros vírgenes. Hemos hablado sobre la amistad, sobre el buen gusto, sobre las tragedias que azotan nuestro planeta. A todos ellos los hemos tratado con toda la seriedad de la que somos capaces... mejor dejemos para otro día, amigos, la discusión respecto a si es poca o mucha.

Hoy me siento alegre; por lo tanto no voy a molestarlos con las tristezas acostumbradas. Esta nueva primavera se merece otra cosa. En esta oportunidad voy a dedicarles un simple saludo.

¿A quién engaño? Mis manos están adormecidas. Si tan sólo les ofrezco un saludo, es porque no puedo escribir nada más. Por el momento, claro está; escribiendo viene la fuerza para escribir. Considérense estas líneas como los primeros pasos de quien ha sufrido un accidente y debe aprender a caminar otra vez. Serán inseguros y pocos al principio. Con el tiempo, sin embargo, ganarán firmeza, osadía. Pronto serán un trote seguro, para terminar luego en la carrera loca de antaño...

Han pasado muchas cosas desde la última reflexión. Creo que todos hemos vivido pesares y alegrías por igual. La cuenta quizá no sea alentadora por el momento. Pero recordemos que vamos por el camino de la luz, y todavía llevamos la ventaja. Los Otros tendrán el dinero y las llaves, pero yo sigo eligiendo el sol y el viento.

Valga esta entrega, entonces, como un guiño para quienes ya conocen estas reflexiones de ayer, hoy y siempre; como una bienvenida para quienes no; y como un recordatorio para quienes las olvidaron.

Para despedirme hasta la semana próxima, cometo un pecadillo y me cito a mí mismo. Y que esta cita baste para definir el rumbo que – esperemos - hemos de seguir en las próximas semanas.



"Nuestra batalla no escapa a la estrategia del Cielo,

pero sí consigue que los dioses se miren, atónitos,

y se pregunten, en el vacío final del espacio,

si algo se les habrá escapado...”



Un abrazo, un apretón de manos, un beso o una caricia, según corresponda.



Tincho (donde siempre: en la bruma y sonriente)